Hay veces que se pierde la dimensión de las personas conocidas; de la familia, de los amigos; son instantes, apenas unos segundos en relaciones de años en que pareciera que has vivido rodeado de extraños. Entonces llegas a dudar de ti mismo, incluso llegas a dudar de la realidad . Los días siguientes a nuestro regreso a la ciudad mamá no me dirigió la palabra. De aquello de que me fuera de la casa no se habló más, eso, con el resto del tema, se perdió en un silencio incómodo de parte de los dos. Como suele suceder después de las vacaciones, la vida cotidiana nos absorbió rápidamente. Ella salía temprano al trabajo (en las mismas terribles fachas de siempre) y de ahí se iba al gimnasio donde pasaba dos o tres horas, regresando ya a eso de las 22:30 solo para encerrarse en su cuarto; en suma, me sacaba la vuelta. Sin embargo el poder de la rutina (que todo lo puede) terminó por reconciliarnos, al menos volvimos al punto de hablarnos. Mi retorno a la escuela marcó el retorno
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